viernes, 10 de septiembre de 2010

Los retazos del cerro II


LOS RETAZOS DEL CERRO
…Entonces se vuelve ineludible retomar lo inanimado, descender a la aspereza de los bordes de la tierra, bajar todavía más, hasta la aproximación última que lleve a sentir el aliento quebrantoso de lo primitivo, de lo que estuvo antes y de lo que estará todavía más porque es el único principio conocido.

Habrá que estar muy en el fondo, rastreando la presencia extraña de la vida que se presenta como un agujero sin brocal preciso, como una acumulación de muros que se fueron levantando a espaldas de ese ser humano que creía abrirse caminos hacia dentro, hacia lo más profundo, tal vez hacia el latido esencia con que pudiese identificar los propios.
 Pero bajo una piedra sólo hay otra piedra y cuando ya se obscurece el descenso y se agrietan los ojos, nada resta sino ese universo sólido y quejumbroso cubriendo la vista y lastimado de soledad todo resquicio humano. El molde agresivo de rocas que se abren imperturbables al cielo, incitan al retorno, la búsqueda de alguna inquietud que delate vida, existencia, materia palpitante y temblorosa, pequeños milagros que registren el empuje de toda esa naturaleza que nos tiene de pie, elucubrando interrogantes.
…Entonces se impone la maravilla extrema de espiar hasta los más insignificantes estremecimientos perceptibles, de encontrarle signos humanos hasta al pedazo de cielo que se recorta sobre las orillas de la cantera y se esparce de extremo a extremo como una tapa difusa y dolorosamente lejana; se convierten en bendición los ramitos de flores echando raíces en los descuidos de las piedras.
… Sólo entonces es hora de encontrarle sentido a la vida de la aparente ausencia de ella, de optar por la esquina oportuna para denotar aquel pedazo de sombra, el filo inalcanzable y frío de las rocas, el arrumaje de yuyos sobre la tierra, el pulso de las cosas que dejan de ser inanimadas cuando le prestan tibieza esos mismos ojos que reproducen su imagen y otros casuales que se detienen ante su estructura.
…Entonces y al final sólo queda reconocer una existencia que presente, no siempre se evidencia y no siempre se reconoce, y que de repente se apretuja sin reservas y a pecho abierto, a partir de tanta pared inaguantablemente azul y sobre todo, ininquietable.

Mabel Pedrozo