Los procesos de ocultación en nuestros sistemas políticos y sociales logran muchas veces una refinada sutileza: se ocultan las cosas y los hechos por medios que no dejan de ser creativos; otros, sin dejar de ser sutiles, no dejan de ser convencionales y finalmente están aquellos que son sencillamente crueles.
Todas estas técnicas -o todos estos ritos- jalonan nuestra vida cotidiana. Son tan familiares que la mayoría de las veces se nos pasan desapercibidos. O, lo que es peor, nos causan una marcada molestia cuando el rito no se cumple como es de esperar.
La ocultación no soluciona el problema. Apenas si lo cubre momentáneamente para que no podamos verlo. Subterráneamente prosiguen los procesos hasta que tiempo después se manifiestan a través de otros síntomas sin que podamos entender su desarrollo porque sencillamente lo hemos ocultado a nuestra vista.
Cuando la terrible depresión del ’29 (ahora hay que decir ya 1929), al hundirse la bolsa de valores de Wall Street, una ola de miseria antes nunca vista recorrió los Estados Unidos de Norteamérica, desde los estados más ricos de Nueva Inglaterra, hasta los campos del medio oeste que terminaron convirtiéndose en grandes extensiones polvorientas al abandonarse la agricultura.
Hasta hoy día se sigue observando como ejemplar una medida tomada por el gobierno de entonces. La oficina llamada Farm Security Administration, relacionada con lo que vendría a ser nuestro Ministerio de Agricultura, contrató a numerosos fotógrafos, entre ellos gente del nivel de Dorothea Lange (1895-1965), Ben Shan y Walker Evans (1903-1975), entre otros, con el objetivo específico de recorrer el país de un extremo a otro, y documentar la pobreza. Muy pocos gobiernos deben haber en la historia que hayan decidido documentar fotográficamente un proceso similar.
Hoy día, las imágenes del grupo conocido simplemente por las siglas de FSA, constituyen un corpus único dentro de la historia de la fotografía.
Valga toda esta larga introducción para llegar a Luis Vera y su colección ‘Ni opresores ni siervos‘ un título que tendríamos que terminar de entenderlo dentro del contexto del Himno Nacional de donde fue quitado.
Luis Vera se sumergió en un problema muy actual, muy complejo, muy manipulado por un extremo y por otro; digo, tanto por la izquierda como por la derecha. Un problema manipulado por los políticos, sin importar ya si se encuentran en cualquiera de tales extremos, pero que desean obtener sus propias ventajas y su cuota de votos. Y esta es la primera vez que veo sumergirse a un fotógrafo en un problema de esta naturaleza.
Los movimientos migratorios de los campesinos provocados por una serie de situaciones adversas: miseria, falta de tierra, mala explotación de la tierra, depredación de bosques, ocupación de tierras ajenas, asentamientos precarios, intento de creación de nuevas colonias, son algunas de las características de este enorme problema al que no se le puede dar una respuesta satisfactoria.
Hay quienes piensan que la fotografía es una mirada objetiva de la realidad. Luis Vera no sólo desmiente esta creencia tan popularizada incluso entre gente que está en el mundo de la prensa, sino que hasta lo hace con brutalidad. Su cámara ubica el problema, lo aísla, lo nombra, lo capta comprometiéndose con esa imagen y, lo que es mejor, no permite que ninguna forma de sentimiento extra fotográfico, empañe la calidad de sus imágenes. En otras palabras: huye de todo aquello que pudiera resultar panfletario, fácil, obvio.
Pero al mismo tiempo, Luis Vera toma partido, opina y busca para ello, si no la objetividad, al menos la imparcialidad. No sólo ubica el problema, sino que además lo reconoce. Y lo que es más importante, reconoce que es necesario hallar una solución y que las que se han propuesto hasta ahora no son efectivas.
En relación a este tema, había dicho antes que es importante interpretar también las fotos desde el punto de vista de su título ‘Ni opresores ni siervos‘, palabras sacadas del estribillo del Himno Nacional cuyo texto completo dice: ‘Ni opresores ni siervos alientan/ donde reinan unión e igualdad‘. Es así que Luis Vera con estas imágenes quiere dar cumplimiento al mandato de un país en el que no existan ‘ni opresores ni siervos‘, pero sin embargo sus imágenes están poniendo en evidencia a la presencia de los ‘siervos‘ y de manera indirecta alude a los ‘opresores‘ cuya acción política -o falta de acción política en otros casos- nos ha conducido a tal situación.
Hasta aquí el problema ideológico que plantean tales imágenes. En cuanto a los problemas estéticos, pienso que Luis Vera, hasta hoy, no presentó una colección tan homogénea, tan amplia, tan meditada, tan estrictamente concebida como es esta de ‘Ni opresores ni siervos‘.
En sus tomas no hay sensacionalismo -tan fácil de caer en él en un tema como éste- sino un profundo respeto por el ser humano. Hay un amor solidario con quienes se ven desposeídos de todo, hasta del derecho de poder tomar decisiones que tengan que ver con sus propias vidas y sus propios destinos. Por eso sus imágenes son conmovedoras.
El blanco y negro aporta su cuota de dramatismo. Cualquier nota de color podría haber corrido el riesgo de llamar la atención sobre el paisaje. Cualquier nota de color podría haber subrayado un hecho anecdótico haciendo perder de vista lo esencial. A ello hay que sumarle las luces: el sol filtrándose por las rendijas de los tablones que sirven de pared a viviendas muy precarias. O aberturas en los techos de paja.
De este modo quedan las imágenes desprovistas de todo adorno superfluo para llegar a lo esencial, a la imagen pura, a lo que ha sido eternamente la fotografía: juego de luces y sombras, de volúmenes, de texturas, de espacios inquietantemente abiertos y de espacios opresivamente cerrados. Y en medio: la aventura del hombre, la que rescata el arte, la que nunca podrá ser superada ni sustituida por la técnica.
Pero lo que es más significativo es que sólo se puede lograr tanta libertad expresiva por parte de quienes no se han dejado convertir en siervos y por eso son capaces de denunciar con inocente valentía y eficacia el accionar de los opresores.
jesús ruiz nestosa